Monday, December 19, 2016

Obispos canadienses aprueban dar los sacramentos a los que quieren suicidarse

Las nuevas directrices pastorales de las diócesis canadienses del Atlántico permiten que los sacerdotes den la Comunión y la Unción de Enfermos y absuelvan de sus pecados (pasados) a los que pretenden suicidarse con auxilio médico, según la ley canadiense. La decisión será tomada por cada sacerdote, después de un «encuentro pastoral» con el interesado y su familia.

En junio de este año, se aprobó en Canadá una legislación federal que legalizaba el suicidio asistido. La nueva ley canadiense permite que los médicos y enfermeras o bien causen directamente la muerte del paciente (eutanasia) o le receten medicinas para provocar su muerte (suicidio asistido).

En ese contexto, los obispos canadienses de la región del atlántico publicaron el pasado 27 de noviembre la carta titulada «Una reflexión pastoral sobre la asistencia médica para morir». En ella, se dan los criterios pastorales apropiados, a juicio de los obispos, para que los sacerdotes traten con las personas que han decidido suicidarse aprovechando las facilidades que les confiere la nueva ley.

En la carta, se indica que la nueva legislación «plantea muchas preguntas y preocupaciones para los enfermos, sufrientes y sus familias y amigos», además de «plantearnos el reto como Iglesia y como Católicos individuales de crecer en nuestra comprensión de la enseñanza moral de la Iglesia sobre este tema». Los obispos recuerdan que la eutanasia y el suicidio asistido «no reflejan nuestra visión cristiana de la vida, el sufrimiento y la muerte», aunque en ningún momento se denuncia la ley como gravemente inmoral e injusta.

Monseñor Claude Champagne, obispo de Edmunston y Presidente de la Conferencia Episcopal del Atlántico, explicó al Catholic Register que el documento pone más énfasis en el cuidado pastoral que en la doctrina, para asegurarse de que los católicos se sientan acogidos. «Intentamos no condenar ni juzgar, sino que tratamos de acercarnos a la gente para expresar la visión católica, a la vez que acompañamos a la gente». De esa forma, quieren seguir lo expresado en Amoris Laetitia, sobre reconocer que «hay gente que todavía no ha llegado» a aceptar la visión católica. «Los acogeremos, intentaremos comprenderlos y los acompañaremos». La carta afirma que el Santo Padre «nos recuerda que quien acompaña a otros debe darse cuenta de que la situación de cada persona ante Dios y su vida de gracia son misterios que nadie puede conocer plenamente desde fuera. Por lo tanto, no debemos juzgar la responsabilidad y culpabilidad de la gente».

Los obispos señalan que, «en el cuidado pastoral de aquellos que están contemplando la posibilidad de recurrir a la asistencia médica para morir, debemos recordar que la finalidad del cuidado pastoral es comunicar la compasión de Cristo, su amor que sana y su misericordia». Asimismo, indican que las personas «que estén considerando la posibilidad de acudir a la eutanasia o al suicidio asistido y que pidan el ministerio de la Iglesia deberán ser acompañadas con diálogo y apoyo compasivo y orante».

El documento de los obispos indica que aquellos que estén «considerando recurrir a la eutanasia o al suicidio asistido» podrán recibir la Comunión, la Confesión y la Unción de Enfermos además de tener un funeral católico después de suicidarse. Para concederles estos sacramentos, los sacerdotes deberán tener en cuenta su «contexto emocional, familiar y de fe». Es el «encuentro pastoral» el que «arrojará luz sobre situaciones pastorales complejas e indicará la acción más apropiada a tomar, incluida la decisión de si la celebración de los sacramentos es adecuada». La decisión de si se va a celebrar un funeral católico deberá tomarse en «diálogo con las personas involucradas de forma compasiva, sensible y abierta», aunque parecen indicar que siempre deberá celebrarse ese funeral, porque «como personas de fe y ministros de la gracia de Dios, estamos llamados a confiar a todos, sin importar sus decisiones, a la misericordia de Dios».

Con estas directrices pastorales, los obispos del Atlántico se separan por completo de lo que determinaron en septiembre los obispos canadienses de Alberta y los Territorios del Noroeste. Los obispos de esta otra región publicaron un Vademécum en el que se indicaba que las personas que rechazaran de forma «obstinada» la doctrina de la Iglesia sobre el suicidio asistido no podían recibir la Unción de Enfermos. Sí que admitían, en cambio, la posibilidad de un funeral católico en algunas situaciones. Monseñor Champagne resaltó que la postura de los obispos de Alberta y el Noroeste no expresa la visión de todos los obispos católicos del Canadá.

Saturday, December 10, 2016

El obispo de Chur (Suiza) advierte que no se pueden dar los últimos sacramentos en caso de eutanasia

El obispo de Chur (Suiza), Mons. Vitus Huonder, ha ordenado a sus sacerdotes que denieguen los últimos sacramentos a quienes eligen morir mediante eutanasia, explicando que «en dicha circunstancia, no se dan los requisitos previos para la recepción de los sacramentos»

El prelado ha escrito una carta en la que recuerda que la eutanasia, como el asesinato, son contrarios a la ley divina y que debe quedar en la «omnipotencia de Dios el cuándo muero, cómo muero y dónde muero».

Mons. Hounder indica que no puede haber duda alguna de que no se pueden dar sacramento alguno a quien elige morir de esa manera, aunque anima a los sacerdotes a rezar por las personas en esas circunstancias, especialmente si han perdido ya la consciencia, así como a intentar disaduirlas hasta donde les sea posible,

El obispo pide a sus sacerdotes que expliquen a los fieles y pacientes en esa situación la incompatibilidad de la eutanasia con la salvación eterna y les exhorten a ser obedientes a la voluntad de Dios.

Monday, October 10, 2016

El arzobispo de Quebec rechaza negar funerales a los que optan por la eutanasia, por Cameron Doody

"La Iglesia católica acompaña a la gente en cada etapa de su vida, y esto lo hacemos en diálogo con cada persona y cada familia que desee que se le acompañe". Con estas palabras el cardenal arzobispo de Quebec, Gerald Lacroix, rechazó la semana pasada las nuevas pautas adoptadas por los obispos de Alberta y los Territorios del Noroeste de Canadá que deniegan un funeral católico a los que escojan acabar con sus vidas por medio del suicidio asistido o de la eutanasia.

"No enumero directivas específicas que tienen como fin denegar este apoyo o aceso a la unción de los enfermos y la celebración de funerales", aseveró Lacroix en una nota de prensa publicada el jueves pasado. Cada uno goza de una "dignidad incondicional a ojos de Dios", recordó el cardenal, aunque sí aprovechó para recordar que es por eso que "siempre optaremos por que los cuidados paliativos siempre estén accesibles para todos en vez de la eutanasia".

Los obispos de Alberta y los Territorios del Noreste habían adoptado, a mediados de septiembre, una nueva serie de normas pastorales que parten de la base de que la eutanasia es una "violación grave de la ley de Dios". Argumentaron no solo que el juicio del que desea terminar su vida puede estar alterado debido a los efectos "de la depresión, de medicamentos o de presión ejercida por otros", sino también que sería "verdaderamente escandaloso" si un funeral se convirtiera en una celebración de la decisión de uno de quitarse la vida por medios artificiales.

Lacroix se suma, en su rechazo de tales pautas, al repudio expresado también por el arzobispo de Montreal, Christian Lepine, quien ha indicado también que no tiene la intención de pedir a los sacerdotes de su diócesis que las pongan en práctica.

Las opiniones de los obispos en ambos lados del debate sobre la eutanasia vienen después de que el Parlamento nacional aprobara una ley en junio que legalizó el suicido asistido en determinadas circunstancias: una situación que los obispos canadienses están de acuerdo en que presenta "nuevos retos pastorales" para la Iglesia del país.

Saturday, August 27, 2016

Una buena muerte, por Ron Rolheiser

San José acompañado en su muerte por Jesús y María.

En la cultura católica romana dentro de la que crecí, se nos instruía para orar por una buena muerte. Para muchos católicos de aquel tiempo, esta fue una petición estándar dentro de su oración diaria: “Pido una buena muerte”.

Pero ¿Cómo puede alguien tener una buena muerte? ¿No es en sí mismo el proceso de muerte una verdadera locura? ¿Qué decir acerca del dolor implicado en el morir, en el dejar marchar la vida, en el decir nuestros últimos adiós? ¿Puede alguien tener una buena muerte?

Pero la manera de ver esta realidad era, por supuesto, religiosa. Una buena muerte significaba que uno moría en buenas circunstancias morales y religiosas. Significaba que no mueres en una situación moralmente comprometida, que no mueres fuera de la Iglesia, que no mueres con amargura e ira contra tu familia, y finalmente, que no mueres a causa del suicidio, las drogas, el alcohol, o implicado en alguna actividad criminal.

La imagen catequética de una buena muerte, muy a menudo, era una historia anecdótica de alguna persona que creció en una buena familia cristiana, honesta, llena de fe, comprometida con la Iglesia, pero que en algún momento de su vida se había apartado del camino de Dios, de la observancia de los mandamientos, de manera que, en este momento, no pensando demasiado en Dios, ni participando en la Iglesia, hacía una sincera confesión, comulgaba y poco después fallecía a causa de una ataque al corazón o por un accidente. Pero la Gracia hacía su trabajo: después de años de deriva moral y religiosa, había vuelto al redil y moría con una buena muerte.

En efecto, todos nosotros conocemos historias que encajan con esta descripción; pero tristemente, también conocemos historias donde este no es el caso, donde ocurre lo opuesto, donde buena gente muere en el infortunio, tristeza y situaciones trágicas. Todos hemos perdido seres queridos por suicidio, alcoholismo, y otras maneras de morir que distan mucho del ideal. También conocemos personas, buena gente, que han muerto de situaciones moralmente comprometidas o quienes mueren en la amargura, sin dejar sus corazones ablandados por el perdón. ¿Tuvieron todos ellos una mala muerte?

Admitamos que murieron de manera desafortunada, pero si fue una buena o mala muerte no se juzga por el donde la muerte nos agarra, si era un momento bueno o malo. Hay personas que encajan en la imagen de una buena muerte, tal y como las describíamos previamente, donde la muerte les agarra en un momento bueno, hay otros cuya vida ha estado marcada por la honestidad, la bondad, y el amor, pero que tuvieron el infortunio de ser agarrados por la muerte en un momento de ira, debilidad, depresión, o quienes muriendo a causa de una adicción o por el suicidio. La muerte los agarró en un mal momento. ¿Tuvieron una mala muerte? ¿Quién puede juzgarlo?

¿Qué es una buena muerte? Me gusta la descripción de Ruth Burrows: Burrows, una monja carmelita, comparte la historia de una novicia con quien vivió. Esta hermana, nos dice Burrows, tenía un buen corazón, pero era una mujer débil. Había entrado en un convento contemplativo para orar, pero nunca pudo juntar la disciplina necesaria para dicha tarea. Y así vivió durante años en este estado: buen corazón pero mediocre. Al final de su vida se le diagnosticó une enfermedad terminal que la asustó lo necesario de manera que comenzó a hacer nuevos esfuerzos para convertirse en lo que supuestamente tendría que haber sido toda su vida, una mujer de oración. Pero después de medio siglo de malos hábitos, éstos no se cambian con facilidad. A pesar de los nuevos propósitos, la mujer nunca tuvo éxito en cambiar radicalmente su vida. Murió en la debilidad. Pero Burrows afirma, que murió de una buena muerte. Murió como una persona débil y pidiendo el perdón de Dios por una vida de debilidad.

Morir de una buena muerte, es morir con honestidad, sin considerar si las particulares circunstancias de nuestra muerte parecen propias de una buena religiosidad o no. Morir en las circunstancias correctas es, por supuesto, una maravillosa consolación para nuestras familias y seres queridos, lo mismo que morir en circunstancias tristes pueden romper su corazón.  Pero incluso muriendo en circunstancia que no parecen buenas, humanamente o religiosamente, esto no define necesariamente si fue una mala muerte. Morimos en una buena muerte cuando morimos en honestidad, sin consideración de la circunstancia o la debilidad concreta.

Y esta verdad ofrece una nueva oportunidad: las circunstancias de la muerte de alguien, cuando esas circunstancias, sean tristes o trágicas, no debería ser el prisma a través del cual vemos toda la vida de dicha persona. Lo que esto significa es que si alguien muere en una situación moralmente comprometida, en un momento o en una época de debilidad, lejos de su iglesia, en amargura, por suicidio, o por una adicción, la bondad y esencia de dicha vida no deberían juzgarse por las circunstancias de su muerte. La muerte agarra a esa persona en un mal momento, lo cual puede hacer que el funeral sea más reservado, pero no sirve para un juicio verdadero sobre la bondad de su corazón.

Friday, April 29, 2016

Las exequias y los mariachis, por el P. Guillermo Juan Morado

Hoy ha sido noticia – se ve que, según convenga, cualquier cosa puede ser noticia – que un sacerdote, en la celebración de las exequias cristianas de un difunto, mostró su desacuerdo con que, en el cementerio parroquial – subrayo, parroquial - se entonase, casi como “último adiós” al finado, un célebre “mariachi”, una canción que dice, entre otras cosas: “Con dinero y sin dinero/ hago siempre lo que quiero/ y mi palabra es la ley/ no tengo trono ni reina/ ni nadie que me comprenda/  pero sigo siendo el rey”.

Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El Ritual de Exequias contempla tres lugares importantes en esa celebración: la casa, la iglesia y el cementerio. Pero una coherencia esencial vincula lo que se dice, lo que se reza y lo que se canta en estos tres lugares: “Los diferentes ritos de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.

La muerte cristiana no es la proclamación de la realeza de nadie en concreto, sino solo de la realeza de Cristo, que por su Pascua, por su paso, a través de la muerte en la Cruz, de este mundo al Padre, nos ha abierto la posibilidad de la vida eterna.

No todo lo que es bueno, o aceptable, es apto para una celebración sagrada – dedicada a Dios y a la relación del hombre con Dios - . No es malo compartir con los amigos unas raciones de jamón serrano con un buen vino. Pero esa actividad, que no es mala en sí misma, sería como mínimo inapropiada – por no decir sacrílega, que lo sería – si la mesa del festín fuese el altar.

La liturgia exequial – en la casa, en la iglesia y en el cementerio parroquial – nos sitúa ante Dios, ante la intercesión ante Dios por el destino final del que se ha muerto. Banalizar esto; hacer intrascendente el momento más decisivo de la propia vida es, creo, una mala opción.

Ante la muerte de alguien - de un ser querido, con mayor motivo - lo de menos son los mariachis. Lo de más es la oración y la intercesión - que es una forma de oración -.

Si alguien se enfada porque en una liturgia exequial no quepan los mariachis es que algo, y muy grave, falla. Falla el sentido de lo sacro. Falla la labor evangelizadora de la Iglesia. Falla el hacer pensar que es aceptable pasar, automáticamente, de lo sentimental a lo serio, de lo subjetivo a lo objetivo, del capricho a la voluntad de Dios, que está por encima de nuestros caprichos.

Ningún creyente puede decir que “su palabra es la ley”. Muchas cosas nos preceden: La ley de Dios, las normas morales, el Evangelio… No somos la medida de todas las cosas; más bien, hemos de dejarnos medir por aquello que nos supera y nos trasciende.

Esta anécdota de los mariachis es eso, una anécdota, algo curioso y extraño. Pero revela algo más: Una deriva extraña del Catolicismo hacia los gustos de los consumidores. Ya sueña extraño que, en nombre del Catolicismo, se pretenda frenar el puro gusto de los consumidores. Muy mala señal. Cuando ese freno sería lo normal.

Si el difunto era tan partidario de las formas musicales de México, lo más adecuado, sería, creo yo, tras la celebración litúrgica, y no en medio de ella, finalizar con un canto a Nuestra Señora de Guadalupe.

Todo esto lo digo desde el absoluto respeto a los familiares, al sacerdote, y con la conciencia de que – como ministros de la Iglesia – hemos cedido a veces tanto que no es tan raro que se confunda la liturgia exequial con los mariachis.

Monday, February 1, 2016

1 Tesalonicenses 4,13-18: La Venida del Señor y la resurrección final

1 Tesalonicenses 4,13-18
La Venida del Señor y la resurrección final

No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él. Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre. Consuélense mutuamente con estos pensamientos.