Tuesday, February 21, 2017

EL VELORIO, por el P. César L. Caro


Acabo de llegar a casa. Estoy reventao, pero a veces te cae de propina para acabar la jornada asistir a un duelo. Y no hay esperanza de que la cosa dure cinco minutos, ¿eh? Nooooo. Acá lo de la muerte es una cosa solemne.

Y es que cuando alguien fallece se celebran en su casa diez noches de novena... ¡diez! Toma ya. No vaya a quedar un resquicio de duda de que el muertito vaya al cielo gracias a las oraciones del personal, ¿eh? A los agentes de pastoral los llaman, y van con su manual de "La muerte cristiana", pero de vez en cuando alguien se empeña también en que vaya el padrecito, ayayay.

Llegas y te encuentras con "la capilla ardiente": un montaje a base de cortinas, crucifijo, flores, recordatorios, cirios, coronas, candelabros y adornos varios que rodean el féretro (que por cierto siempre está abierto o al menos la tapa, pa que se le vea bien la cara al muertito). Van rodando por la ciudad varios de estos tinglados que se alquilan, con desiguales gradaciones entre lo hortera, lo tétrico y lo ostentoso. Pero yo descubro que a la gente le encantan.

Hay un montón de sillas de plástico, pero no colocadas en círculo, sino mirando al ataúd. Y bancas de madera en la calle, dispuestas igual, bajo un toldo instalado para la ocasión. El rezo comienza cuando se ve que la gente ha llegado y está todo lleno. Es una pequeña celebración de la Palabra donde leo el evangelio de este día y lo comento un poco. Todo el mundo muy atento, cantando, caras de circunstancias, es muy bonito.

Acá no basta con "dar la cabezá", acá hay que participar en las noches, acompañar a la familia y rezar de lo lindo. Hay un viejito que toca el acordeón y va a toditas las novenas a amenizar. Y eso sí, cuando termina el rezo, invitación que te crió: cafesito, un pan con queso, un plato de arroz con pollo, un tamal... Lo que sea hay que recibir y nos lo comemos allí mismo, sentaditos junto al cadáver, pasando de las lágrimas a las bromas como quien salta una quebrada.

Y de regalo, el recuerdito: un llavero, una estampa, un solapín... diversos tipos de "pongos" siempre con una foto del difunto, la fecha y alguna frase para el recuerdo. Por ahí anda un abrebotellas que regalaron una de estas noches, y cada vez que tomamos una cerveza vemos el rostro del finado, como si brindara "salud" desde el otro barrio. Jajaja, cómo me gusta mi Perú.

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