La pastoral de exequias puede parecer a muchos una de las cosas más complejas y difíciles de la vida de un sacerdote, cuando no algo desagradable que hay que aceptar como viene. Sin embargo es una de esas cosas que más evangelizan a propios y extraños. Se me ha ocurrido ofrecer algunas ideas por si a alguien le pueden ser útiles.
1. Cada persona que fallece es única. Cada familia, también. Por más que uno esté harto de funerales, entierros, responsos y aniversarios. El mayor peligro es caer en la rutina.
2. Ante una defunción, disponibilidad total. Recuerdo siendo cura de pueblo lo que era el aviso del fallecimiento de una persona. Lo primero que solía decir a la familia: tranquilos, ya lo sé, lo que queráis, cuando mejor os venga, lo arreglo como sea… Ahora mismo voy para allá.
En el pueblo tocaba entierro con su misa de cuerpo presente. Pues eso. Facilitando todo a las familias, a su disposición, estando cerca para ayudarles a vivir el duelo lo mejor posible.
Lo mismo digo si se trata en una gran ciudad de un funeral. Facilitar, hablar, ofrecer todo, lo que la familia necesite para sentirse mejor.
3. Cordialidad sincera. Tan malo es el sacerdote frío y distante como el que se dedica a repartir besos a toda la familia y a hacer carantoñas al lucero del alba. No nos pasemos.
4. Especial cuidado con las misas de funeral. Si la familia nos ve cercanos y a su lado, no tendrán reparo en dejarse aconsejar. En misas de corpore insepulto y sobre todo en funerales unos días más tarde, no es infrecuente ver la eucaristía convertida en homenaje póstumo al finado. No podemos caer en eso. Las razones son varias.
Para empezar, comprender qué es un funeral. Es una misa en sufragio por el fallecido, donde acudimos pidiendo perdón y misericordia y que el Señor se digne admitirlo en su Reino. Por tanto hablamos de una celebración sentida, emotiva sin más remedio, pero celebración de fe, de oración, de confianza. Por supuesto nada de dar por hecho que todo fallecido pasa directamente al cielo de manera automática.
Pero es que en los funerales nos encontramos con un montón de alejados que acuden a la celebración simplemente por motivos sociales. Ahí el error y el peligro es querer hacernos los simpáticos y los agradables a base de descafeinar el mensaje, mandar a todo el mundo al cielo, besar a media iglesia para que se vea que somos campechanos y modificar oraciones, plegarias y ritos por la cosa de la cercanía. ¿Pretendemos que con esas chorradas alguien nos tome en serio?
5. Especialísima atención a la homilía. Entrañable, sí, Cercana, lo que haga falta. Pero… Ya. Ya sabemos que hay no creyentes. Por eso creo que una homilía exequial, más aun sabiendo que a la celebración acuden no creyentes, debe contener estos elementos: condolencia y comprensión hacia la familia, reflexión sobre el sentido de la vida y no vivir de cualquier manera, recordar qué es vivir en cristiano y animar a la oración por el difunto. No pasa nada porque a un no creyente, precisamente por su falta de fe, alguien le recuerde que Dios existe, que un día se acaba la vida y que se nos pedirá cuenta de ella.
Fuente: infocatolica.com
1. Cada persona que fallece es única. Cada familia, también. Por más que uno esté harto de funerales, entierros, responsos y aniversarios. El mayor peligro es caer en la rutina.
2. Ante una defunción, disponibilidad total. Recuerdo siendo cura de pueblo lo que era el aviso del fallecimiento de una persona. Lo primero que solía decir a la familia: tranquilos, ya lo sé, lo que queráis, cuando mejor os venga, lo arreglo como sea… Ahora mismo voy para allá.
En el pueblo tocaba entierro con su misa de cuerpo presente. Pues eso. Facilitando todo a las familias, a su disposición, estando cerca para ayudarles a vivir el duelo lo mejor posible.
Lo mismo digo si se trata en una gran ciudad de un funeral. Facilitar, hablar, ofrecer todo, lo que la familia necesite para sentirse mejor.
3. Cordialidad sincera. Tan malo es el sacerdote frío y distante como el que se dedica a repartir besos a toda la familia y a hacer carantoñas al lucero del alba. No nos pasemos.
4. Especial cuidado con las misas de funeral. Si la familia nos ve cercanos y a su lado, no tendrán reparo en dejarse aconsejar. En misas de corpore insepulto y sobre todo en funerales unos días más tarde, no es infrecuente ver la eucaristía convertida en homenaje póstumo al finado. No podemos caer en eso. Las razones son varias.
Para empezar, comprender qué es un funeral. Es una misa en sufragio por el fallecido, donde acudimos pidiendo perdón y misericordia y que el Señor se digne admitirlo en su Reino. Por tanto hablamos de una celebración sentida, emotiva sin más remedio, pero celebración de fe, de oración, de confianza. Por supuesto nada de dar por hecho que todo fallecido pasa directamente al cielo de manera automática.
Pero es que en los funerales nos encontramos con un montón de alejados que acuden a la celebración simplemente por motivos sociales. Ahí el error y el peligro es querer hacernos los simpáticos y los agradables a base de descafeinar el mensaje, mandar a todo el mundo al cielo, besar a media iglesia para que se vea que somos campechanos y modificar oraciones, plegarias y ritos por la cosa de la cercanía. ¿Pretendemos que con esas chorradas alguien nos tome en serio?
5. Especialísima atención a la homilía. Entrañable, sí, Cercana, lo que haga falta. Pero… Ya. Ya sabemos que hay no creyentes. Por eso creo que una homilía exequial, más aun sabiendo que a la celebración acuden no creyentes, debe contener estos elementos: condolencia y comprensión hacia la familia, reflexión sobre el sentido de la vida y no vivir de cualquier manera, recordar qué es vivir en cristiano y animar a la oración por el difunto. No pasa nada porque a un no creyente, precisamente por su falta de fe, alguien le recuerde que Dios existe, que un día se acaba la vida y que se nos pedirá cuenta de ella.
Fuente: infocatolica.com
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